Cuentos de viajeros y posadas by Charles Dickens & Wilkie Collins

Cuentos de viajeros y posadas by Charles Dickens & Wilkie Collins

autor:Charles Dickens & Wilkie Collins [Dickens, Charles & Collins, Wilkie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2012-01-01T00:00:00+00:00


EL MOZO DE CUADRA[14]

Wilkie Collins

Me encuentro con un anciano, profundamente dormido, en uno de los pesebres del establo. Es mediodía y, por tanto, un momento extraño para que un mozo de cuadra se entregue al sueño. Hay algo curioso, también, en el rostro del hombre. Un rostro marchito, compungido. Las cejas fruncidas por el dolor; la boca apretada y curvada hacia abajo en las comisuras; las hundidas mejillas por desgracia arrugadas y, como no puedo dejar de suponerlo, prematuramente; el escaso y grisáceo cabello relatando débilmente su propia historia de un pasado de dolor y sufrimiento. ¡Qué agitada es su respiración, además, para un hombre dormido! Está hablando en sueños.

—¡Arriba! —le oigo decir en un rápido susurro entre sus dientes apretados⁠—. ¡Levantaos! ¡Un asesinato! ¡Oh, Dios, ayúdame! ¡Ayúdame, Señor, que estoy solo en este lugar!

Se detiene y suspira de nuevo; mueve un brazo descamado y lo posa sobre su garganta; se estremece ligeramente y se retuerce sobre su lecho de paja. El brazo abandona la garganta, alarga la mano y se aferra al costado por el que se ha girado, como si creyera estar aferrando el borde de algo. ¿Se está despertando? No. Suspira de nuevo; sigue hablando en sueños.

—¡Ojos gris claro! —dice ahora—. Y el párpado izquierdo caído. ¡Sí, sí! Pelo rubio con una beta dorada… De acuerdo, madre… Hermosos brazos con un poco de vello… Una mano de señorita, con algo rojizo bajo las uñas… Y el cuchillo… Siempre el maldito cuchillo… Primero en un lado, luego en el otro. ¡Ajá!

Tú, diablesa, ¿dónde está el cuchillo? No importa, madre… Ya es demasiado tarde. He prometido casarme y tengo que casarme. ¡Un asesinato! ¡Vamos, arriba! ¡Por el amor de Dios, levantaos!

En las últimas palabras alza la voz y de pronto está tan inquieto que retrocedo rápidamente hacia la puerta. Le veo estremecerse sobre la paja; su marchito rostro se contorsiona; lanza ambas manos en un fulgurante e histérico grito; luchan contra la parte superior del pesebre bajo el que yace; el golpe lo despierta; tengo el tiempo justo para escabullirme por la puerta antes de que sus ojos se abran de par en par y recobre el sentido.

Lo que acabo de ver y oír me ha sorprendido y conmocionado tanto que siento cómo el corazón me late con fuerza, mientras desando sigilosamente el camino a través del patio de la posada. La confusión que me invade se manifiesta, aparentemente, en mi rostro; pues, al llegar al camino cubierto que conduce a las escaleras, el posadero, que acaba de salir de la casa para tocar cierta campana en el patio, se detiene atónito y me pregunta qué me ocurre. Le cuento lo que acabo de contemplar.

—¿Ah, eso? —dice el posadero con aire de alivio⁠—. Ya comprendo. ¡Pobre hombre! Sólo estaba teniendo otra vez su sueño de siempre. Es una historia de lo más extraña; una cosa de lo más horrible, eso sí, relacionada con él y con su sueño, que haya oído nunca.

Le ruego al posadero que me cuente la historia.



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